Después de la desaparición de los dinosaurios carnívoros, el mundo no volvió a conocer criaturas tan despiadadas, hasta que surgieron en el continente americano estas aves del tamaño del avestruz que transformaron sus alas en garras.
A comienzos de la era terciaria, hace 65 millones de años, América del Sur quedó aislada del resto del mundo. Para fortuna de muchas criaturas salvajes, los dinosaurios carnívoros, así como los vegetarianos, acababan de extinguirse y ningún otro animal carnicero de gran envergadura osó cogerles el relevo. Ni siquiera los mamíferos, que por entonces estaban representados por seres menudos, del tamaño de un ratón campestre o una zarigüella, y que ante el acoso de los lagartos terribles se refugiaron en la oscuridad de la noche.
América del Sur se erigió, sin duda alguna, en un paraíso terrenal. Pero la calma duró bien poco. En las puertas del mioceno, hace entre 24 y 29 millones de años, unas aves decidieron ocupar el nicho que habían dejado libre los dinosaurios carnívoros bípedos y evolucionaron hasta trasformarse en unas auténticas máquinas de matar. Así surgieron las Phorusrhacides, una familia de aves no voladoras del tamaño de un avestruz que sembraron el pánico en los bosques y praderas americanas. Su fiereza ha hecho que los paleontólogos las bautizaran como los pájaros del terror. “Fueron las aves más peligrosas que han existido”
Medían hasta tres metros de altura y pesaban 120 kilos
Los primeros y más antiguos restos fósiles de esta familia de aves de presa se hallaron hace un siglo en Patagonia, al sur de Argentina.
Los diferentes huesos recogidos en distintos lugares correspondían a pájaros de entre dos y tres metros de altura y 120 kilos de peso. El cuello era fino y largo como un palo, y la cabeza estaba dotada de un pico enorme que recuerda al que exhiben las águilas modernas. Como ave corredora, sus patas eran robustas y sus dedos estaban rematados por cuatro garras afiladas de 12 centímetros de largo. Sus alas, pequeñas e inútiles, les impedían levantar el vuelo.
Durante decenas de millones de años, América del Sur fue coto privado de caza para los forusrácidos, como la gigante Phorusrhacus inflatus. Ésta atacaba sin piedad a perezosos gigantes, a ejemplares de Diadiaphorus –un mamífero con aspecto de caballo– y a una especie de gacela conocida como Thoatherium.
Cuando se formó el istmo de Panamá, hace entre tres y cuatro millones de años, algunas aves terribles no dudaron en emigrar al norte de América. Entre ellas se encuentra el Titanus walleri, cuyos restos fósiles aparecieron por vez primera hace más de 40 años en la ribera del río Santa Fe, en Gainesville (Florida, Estados Unidos).
“Curiosamente, los huesos del Titanus eran de tamaño tan desproporcionado que algunos expertos creyeron que pertenecían a caballos”, dice Robert Chandler, del Museo de Historia Natural de Florida.
Este paleontólogo encontro el primer hueso perteneciente a un ala de este animal. Se trata de un húmero, el hueso más largo de la extremidad anterior. Su estudio ha revelado dos cosas interesantes. La primera es que mostraba una sólida masa ósea interna infrecuente en las aves, que poseen huesos muy ligeros. La segunda se refiere a la longitud del húmero, que hace pensar que el Titanus presentaba unas alas más largas de lo que se pensaba, pues medían casi un metro. Aunque en relación con el peso del animal sigue siendo una longitud insuficiente para vencer la gravedad y volar.
Otro hueso destacable de la colección de Chandler procede de la mano del Titanus. Los dinosaurios antecesores de las aves mostraban tres dedos largos que se fusionaban en parte con la muñeca, lo que convertía el brazo en una especie de barra articulada –el hueso carpometacarpo– recubierta de plumas.
El segundo dedo era largo y formaba la punta del ala. Por su parte, el primer dígito, rígido y corto, estaba cubierto por un penacho de plumas que hacía las veces de balancín, pues ayudaba al animal a guardar el equilibrio en tierra firme Y el tercer dedo se tornó inservible.
Las articulaciones de los huesos de la extremidad anterior estaban diseñadas para que el ala se plegara hacia atrás contra el cuerpo, como sucede en las aves modernas.
Este modelo anatómico no se cumple en el Titanus. Chandler ha descubierto que el punto donde su carpometacarpo hace contacto con el antebrazo es plano. Esto significa que los forusrácidos no podían recoger las alas y tenían que llevarlas desplegadas hacia delante.
La particular disposición de los huesos de los dedos también dice mucho acerca de las alas del Titanus, que distan mucho de ser, como se creía, un órgano vestigial o inservible.
“Podían manipular las presas y sujetarlas férreamente con las garras”
Pese a su fiereza, la formación del istmo de Panamá acabó con el reinado de estos pájaros del horror. Los que subieron a Norteamérica se toparon con la voraz competencia de los mamíferos carnívoros, como el Thylacosmilus, que recordaba al tigre de dientes de sable, y el Borhyaena, el predador más activo de esa época. Y los que se quedaron en Sudamérica se vieron sorprendidos por el avance de estas fieras. El cazador pasó a ser cazado. Antes del pleistoceno, hace dos millones de años, estas formidables aves desaparecieron sin dejar descendencia.
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